
Mi historia
Me llamo Lucas Murillo. Tengo 45 años. Barcelona, sí, pero no esa de postal con la Sagrada Familia brillando al fondo—la otra. Y llevo media vida huyendo de mí mismo con un estilo… discutible, digamos. Fui ese que decía que quería ser cómico, sí, claro, mientras me escabullía por la puerta trasera de todo lo que implicara talento o compromiso. Montaba escenarios que nunca pisaría, cargaba cajas que no contenían nada mío, y repartía flyers de discotecas donde, sobrio, ni loco entraría. Borracho, bueno. Ahí sí.
Y ahí está el giro. Sobrio. Ahora lo estoy. Más o menos. Lo intento.
Años de alcohol, drogas, decisiones que harían vomitar de vergüenza a un adolescente con media cerveza encima. Y acabé en comisaría, cómo no. Con una bolsita en la mano y la frase clásica: “Esto no es mío, agente.” Claro que sí. Corte a: rehabilitación. Una de verdad. De esas donde te miran a los ojos y te dicen tu nombre como si te conocieran mejor que tú.
Decidí cambiar. Pero no por redención divina ni porque un rayo me iluminó en el baño de un bar. No. Porque me estaba convirtiendo en una versión de mí tan barata, tan rebajada, que ni yo la habría comprado en Wallapop. Y yo… coño, al menos una edición estándar me merezco, ¿no? Sigo en un bar. Sirviendo chupitos. No tomándolos. Ironías de la vida, sí. Me río, pero a medias.
Es como si a un pirómano le dieran una caja de mecheros y le dijeran: “Solo míralos. Tócalos si quieres. Pero no los enciendas.” Y ahí estoy yo, en esa tensión.
¿Mi sueño? El mismo. Siempre lo mismo. Hacer reír.
Pero ahora con chistes escritos. No con mi vida, no con mis ruinas en llamas. Intento ser cómico. Y escribir. Mi terapeuta—sí, tengo una, no, no me cobró por mencionarla—me dijo que tenía que escribir. Yo le solté que eso era cosa de poetas muertos y tías con trauma. Ella me miró y: “¿Y tú qué te crees que eres?”
Así que aquí me tienes. Escribo una vez por semana. Como quien va al gimnasio con resaca: llega tarde, lo hace mal, y se sienta mucho a respirar y llorar en el vestuario.
No vengo a aleccionarte. No soy coach, ni gurú, ni mierda por el estilo. No soy ejemplo. Soy un tipo que vivió el lado rock’n’roll de la cosa y, en algún momento raro, decidió no morir ahí. No tengo respuestas. Pero oye, al menos si te sientes como un desastre andante, no estás tan solo.
Y bueno, aquí seguimos. Sin drogas, sin alcohol. Pero el insomnio no se fue, las ganas de salir corriendo tampoco, y los tatuajes mal pensados… esos, ahí siguen.
Algo es algo, supongo.