Sótano en Aribau. Techo bajo. Suelo duro. Veinte sillas. Un ventilador perdiendo la batalla. Me fijé una meta antes de la luz: tres risas reales, separadas veinte o treinta segundos. Ese era el trabajo.
Un mes antes vacié la libreta. Diez historias, no “gags”. Confesiones en el sillón del dentista. Los mensajes motivacionales de mi madre a las 3 a. m. Mi primera fiesta sobria. El anestesista que preguntó si estaba “relajado”. Una discusión en el bus que perdí. Dos percances en el trabajo. Tres pequeños incendios familiares. Me quedé solo con lo que podía explicar en una sola frase a un desconocido. Si la premisa pedía un mapa, iba a una carpeta llamada “para después”.
Escribí las que quedaron como si fueran textos de móvil:
“Digo la verdad mejor cuando no puedo hacer contacto visual, por eso mi dentista sabe todo de mí.”
“A las 3 a. m. mi madre se convierte en un bot motivacional.”
“Primera fiesta sobria. Todo el mundo rellena mi agua como si fuera vodka.”
Si una línea no sobrevivía esa prueba, moría en el papel y no en el escenario.
Luego busqué el primer giro dentro de los veinte segundos. No el gran twist. El primer ángulo raro que muestra mi punto de vista. En la del dentista fue: “Soy valiente y honesto siempre que no vea a la persona a la que estoy decepcionando.” Corta. Cruel conmigo. Funcionó limpia. Después de eso, nada de decoración. Nada de poesía sobre el olor de la clínica. Guardé lo extra como tags, solo si la sala me daba espacio.
Moví el mejor act-out antes de lo que me parecía seguro. En la historia de la fiesta imito al anfitrión ofreciendo “agua o agua con hielo”. Antes lo escondía. Al ponerlo justo después de la premisa, la gente conoció a un personaje y cada tag pegó más. Si tu act-out es tu herramienta más fiable, gástala antes.
Cronometré los silencios. Móvil en el taburete, grabadora encendida. Después de cada set, bajo una farola, apuntaba los segundos entre risas. Si dos estaban a más de veinte, cortaba palabras entre medias hasta que no lo estuvieran. El silencio está bien si compra la próxima risa. No está bien si protege una frase que me gusta.
Hice A/B de líneas sencillas en salas distintas. “Mi madre me manda frases a las 3 a. m.” ganó con públicos mayores. “A las 3 a. m. mi madre se vuelve un bot motivacional sin botón de apagado” ganó con estudiantes. Me quedé con ambas. Decido al micrófono, tras mirar la cola de la barra y la primera fila.
Corté la historia del anestesista aunque reventaba en el medio. El aterrizaje no servía para cinco minutos. Guardarla para un diez me dio sitio para un mini callback que unió dentista y fiesta y me dio un cierre que puedo sostener en silencio.
Mapa final que funcionó:
Minuto uno: premisa del dentista y primer giro.
Minuto dos: dos tags concisos y un act-out.
Minuto tres: premisa de la madre, act-out corto, un tag.
Minuto cuatro: premisa de la fiesta, voz de “agua con hielo”, dos tags.
Minuto cinco: callback y salida.
El ensayo fue aburrido a propósito. Pared. Temporizador de cinco minutos. Orden y respiración, no risas. Apunté mis tropezones y probé algunos a propósito. Muchas veces el público prefiere la versión más desaliñada.
Tres salas. Dos idiomas. Los mismos golpes. Así supe que no era suerte. Una meta. Premisa en una respiración. Primer giro rápido. Act-out temprano. Tags dentro del mismo marco. Vigilar la distancia entre risas. Cortar lo bonito. La última fila dejó de inquietarse. Ese era el informe que quería.